Y otra vez San Mateo


La metamorfosis ocurrió hace ahora 28 años. Cuando llegó septiembre de 1983, las fiestas de San Mateo dejaron de ser aquel evento un poco aburrido y un mucho trasnochado que no atraía a nadie a Oviedo, salvo con el poder de convocatoria de las carrozas que desfilaban el Día de América en Asturias.

Los conciertos de La Herradura languidecían entre los árboles de un Campo San Francisco tan poco transitado esos días que a veces resultaba difícil adivinar que Oviedo estaba en fiestas. El Día del Bollu aún se animaba un poco más porque los ovetenses nunca renunciaron al pan con chorizo y al vino peleón, y porque el parque era entonces el único escenario de la ciudad donde se comía el bollu, salvo los pocos que se escapaban a El Corzo, en Colloto, o a El Benidorm, en El Cristo.

España había salido de una transición triste y dura que no ganaba para sustos y parecía que los ochenta iban a ser, al fin, los nuevos felices años veinte. La prueba la tenía ya Madrid, que estaba viviendo su propio renacimiento, cultural y social, en medio de un regocijo generalizado que contagiaba al país entero.

Oviedo no fue menos y se sumó al jolgorio. Los chiringuitos florecieron con el otoño y los conciertos se liberaron del cerco de la Herradura. La música empezó a sonar, gratis, en la Plaza de la Catedral, en la del Ayuntamiento y hasta en los recovecos de El Fontán. Los bailes, encorsetados en el paseo de La Rosaleda, se adueñaron de la vieja Vetusta que acababa de convertirse en capital de la nueva autonomía del Principado de Asturias.

Y con la música, también las familias salieron a la calle. Arracimadas en torno a esos sorprendentes puestos de bebida y comida que se multiplicaron como las setas en el casco antiguo, hasta tres generaciones de la misma familia empezaron a compartir bocadillo de cabrales, refrescos y mojitos.

Oviedo había borrado de un plumazo tres décadas de programas festivos cansinos y anticuados. Atrás quedaba la sonora protesta de los carbayones más levantiscos cuando el concierto de Miguel Ríos tuvo que ser suspendido en la plaza de toros, y a las actuaciones en La Herradura no le quedaban ni dos espichas. De hecho, uno de los últimos en pasar por ella, ese mismo año de 1983, fue Víctor Manuel, feliz de anunciar, en rigurosa exclusiva para sus fans, el nacimiento de su hija Marina.

Quién iba a decirnos que, después de casi treinta años, acabaríamos hasta las narices de la revolución chiringuitera.


Foto publicada por La Nueva España: Actuación de Fórmula V en la Herradura.





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