¡¡Feliz 2014!!







Video de Rollin’ Wild

Gracias








Gracias a todos por estar allí


Foto: Marta Magadán y Luis Mugueta, dos presentadores de excepción, con
Victoria R. Gil.
 

Presentación en Oviedo










¡Estáis todos invitados!


La cubierta





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La curva del olvido
Septem Littera
Primera edición: noviembre, 2013
© 2013 Victoria R. Gil
© de esta edición: Septem Ediciones, S.L., Oviedo, 2013

Leo la página de créditos de mi futuro libro y de pronto dejo de estar eufórica y satisfecha por su inminente publicación y me asalta un inesperado sentimiento de pudor. ¿Y si los lectores que llegue a tener, sean pocos o muchos, no llegan siquiera a terminarlo? ¿Y si les aburre, les enfada o, aun peor, les deja indiferentes?

Cuando paseaba mi manuscrito de editorial en editorial, lectora como soy de libros de relatos, mis cuentos me parecían tan buenos como aquéllos que leía ya impresos y, en ocasiones, incluso mejores. (También peores, por supuesto).

Ahora, cuando ya no será mi opinión la única que cuente, no puedo dejar de pensar que no estarán a la altura (no me preguntéis qué altura: cualquiera, todas, la más ínfima…) y que habrá quien cierre el libro pensando en el inútil gasto de papel que se podría haber evitado.

Mis cuentos son los mismos ahora que hace un año, cuando me sentía una escritora novel injustamente tratada por las editoriales. Una simple página de créditos me ha convertido en una autora temerosa de que su obra no sea más que el esfuerzo inútil de una escritora efímera.

Qué difícil resulta en ocasiones convivir con una misma.

La sombra del cazador






Benjamin Strauss: --¿Y qué piensas hacer?
Simon Hunt: --Lo que cualquier periodista que se precie haría al llegar a un lugar nuevo.
Benjamin Strauss: -- ¿Sí? ¿Y qué es?
Simon Hunt: --Buscar un bar.

La curva del olvido





Hace ahora un año publicaba en este blog una entrada sobre la importancia de los principios en cualquier narración. Decía entonces que mi libro de relatos buscaba editor y, justo un año después, lo ha encontrado.

El próximo mes de diciembre sale a la venta La curva del olvido, una recopilación de cuentos sobre la memoria y sus múltiples desvaríos. Si publicar (y más hoy) es casi un milagro, que la portada que ilustra tu obra sea un cuadro de Juan Falcón es, además, un privilegio.

Gracias a Marta Magadán y a Septem Ediciones por hacerlo posible.


Vuelve el alma de La Voz de Asturias






Ha pasado más de un año, pero, como la vida, La Voz de los buenos periodistas, de esos que escriben torcido, pero viven muy recto, siempre vuelve.
Lo mejor de aquella Voz de Asturias a la que dediqué años y sueños, vuelve con Asturias 24.

No os lo perdáis. La información veraz e independiente aún es posible y está aquí.


Video: La VidaVuelve, de Luis Barros.

Y la novela llegó a su final





TODO PRINCIPIO ES UN FINAL

El todoterreno circula rápido, su conductor seguramente conoce el camino y no le demora la niebla que avanza por el bosque, ni la noche a punto de caer. La pista forestal que conduce desde el cruce de Fuensanta, donde termina la carretera, hasta el molino y el palacio de la Ferrería es un largo y, a veces, estrecho túnel, encajado entre los árboles y el cauce del río.

Quizás por eso, los tres hechos se producen en rápida sucesión, sin que nada pueda evitarlos: La figura que aparece en medio del camino, el golpe seco contra la chapa y las ruedas, trabadas por los frenos, patinando sin control sobre el barro.

Sorprende que ni un ruido quiebre la calma del bosque, que no cante la corriente del río ni alce el vuelo algún mochuelo asustado.Cuando el vehículo se detiene al fin, el silencio es absoluto. 

Agosto adolescente






Hay ocasiones en que uno encuentra la sabiduría en los lugares más insospechados. Y yo acabo de hacerlo en unos dibujos animados que sonaban de fondo en mi salón hace unos días, cuando Zipi, tumbado plácidamente en el sofá, dejaba transcurrir el tiempo de sus vacaciones sin hacer nada, absolutamente nada. Pero nada de nada.
--¿Os apetece ir a la playa? –ofrecía yo en una demostración de amor maternal inconmensurable, dado que yo odio la playa.
--Puf, mamá, qué pereza --respondía indistintamente Zipi o Zape, que en esto del dolce far niente siempre están de acuerdo.
--¿Y si vamos a pasar la tarde a un merendero? Necesitáis que os dé la luz, sospecho que estoy criando a un par de vampiros.
--Puf, mamá, qué pereza— la respuesta volvía a ser  la misma.
El cine quedó descartado después de una hora de intentar convencernos los unos a los otros de las bondades de los superhéroes, los espías y los extraterrestres, sin alcanzar ningún consenso.
--Podemos acercarnos a la biblioteca y sacáis algún cómic —qué paciencia podemos llegar a tener las madres.
--Puf, mamá, qué pereza —y que resistencia a todos nuestros intentos pueden tener ellos.
Tras múltiples propuestas, se nos ha pasado el verano al sol del ordenador, la psp y mi exigua terraza.
Va a ser que la adolescencia es un virulento sarpullido que debe curarse a la sombra y en soledad, pero ya los pillaré a los 20.
--Puf, mamá, qué pereza.





Video de la serie de Disney Channel Phineas y Ferb.


Ingredientes para cocinar una novela de terror




Un río




La entrada a un misterioso bosque 





Un palacio medieval abandonado





Un viejo molino




Imágenes del Palacio de la Ferrería y su entorno, en Nava.

Quiéreme si te atreves





Ser adulto significa tener un velocímetro que marca 210 y no conducir nunca a más de 60.


Julien

Sin más palabras






Viñeta de El Roto.

Riéndonos de nosotros mismos






¿Quién hubiera pensado que podríamos tener tanto en común con esos homínidos que a finales del Pleistoceno eran cada vez menos homo erectus y cada vez más homo sapiens? El lector de Por qué me comí a mi padre sonreirá con este grupo de salvajes que, consciente de su lugar en el mundo, se empeña en evolucionar para huir de la extinción que ha terminado con otras especies, pero sólo hasta que se activan todas sus alarmas. Un momento, se dirá. Pero si este tío Vania oportunista y reaccionario que se niega a bajar de los árboles y vaticina toda clase de desgracias por la acción del fuego recién descubierto es clavado a…  ¿Y la elitista Griselda, ávida por encontrar mano de obra barata y sumisa entre las tribus menos desarrolladas, no me recuerda a…? Desde ese momento, el lector no se limitará a sonreír, sino que se reirá a carcajadas con estos pobladores de las cavernas en que se reconocerá como especie, en lo bueno, que hay mucho, y en lo malo, que aún hay más.

¿Es la maldad el combustible de la evolución? ¿El egoísmo, lo que impulsa el instinto de supervivencia? ¿Todo progreso es implacable? Con un título tan gastronómico como el de este libro, no sorprende que Roy Lewis se aproxime más al Leviatán de Hobbes, que al buen salvaje de Rousseau. La visión que nos ofrece de ese mono que se ha alzado sobre dos patas y empezado a caminar sin saber muy bien hacia adónde, es burlona y, sobre todo, inmisericorde. Aunque no falta tampoco la admiración por ese viaje que nos ha llevado tan lejos desde la Uganda paleolítica donde los protagonistas de Por qué me comí a mi padre  descubren el fuego.

«El dominio del fuego no es más que el principio. Si queremos desarrollarnos a partir de esta base tiene que haber pensamiento, planes, organización ¡Después de las ciencias naturales vienen las ciencias sociales! (…) No creo que viva para verla, pero quizá vosotros sí, esa gloriosa edad dorada, esa recompensa a todos nuestros esfuerzos: ¡llegar a ser humanos, devenir Homo sapiens al fin!». Edward, el patriarca de esta horda de homínidos endogámica e incestuosa, se considera a sí mismo un científico idealista que se mueve, y mueve a toda su familia, hacia un único objetivo: ¡la evolución! Torpes aún en el lenguaje humano (a pesar de la florida oratoria de que hace gala toda la tribu), quizás eso explique que su prole entienda por evolución algo por completo diferente a lo que él imaginaba.

A cuanto plan elabora este primate obsesionado por crear una nueva raza de antropoides, se enfrenta su hermano Vania, orgulloso de seguir viviendo, «con toda inocencia y sencillez, como hijo de la naturaleza» y de continuar siendo «un simio», sin ningún interés por convertirse en otra cosa. «Te dedicas, lamento profundamente decir, a superarte. Lo cual supone una antinatural muestra de desobediencia, de petulancia; un rasgo, si me permites decirlo, de vulgaridad, de materialismo pequeñoburgués», sentencia en una de las periódicas visitas que aprovecha para criticar cuanto avance ha logrado su hermano, sin dejar por ello de beneficiarse de él.

Junto al visionario emprendedor y al retrógrado inmovilista, el tercer personaje que cierra este polígono evolutivo es Ernest, uno de los hijos de Edward, escéptico y precavido, que lejos de compartir los sentimientos altruistas de su progenitor prefiere capitalizar los descubrimientos de la tribu y convertirla en la primera oligocracia de la historia de la humanidad. «El fuego artificial nos proporciona una ventaja mucho más importante que unas cuantas veintenas de cebras. La gente tendrá que reconocer que somos…, bueno, el grupo dominante. No creo que debamos renunciar a eso. Estoy pensando en el futuro. Creo que a lo mejor nos compensa ser los únicos capaces de hacer fuego; que, cuando otros quieran encender uno, se vean obligados a llamar a uno de los nuestros…, pagando, claro», defiende con vehemencia.

¿Cuál de estos tres modelos de comportamiento que conviven en los humanos bipolares que somos ganará la partida? Si quieren saberlo, no dejen de leer esta novela sorprendente y mordaz, plagada de jocosos anacronismos que Roy Lewis distribuye como señuelos para recordarnos que no importan las eras geológicas transcurridas ni los colegios privados con que tratemos de refinarnos, seguimos siendo monos. Y fruto de la estirpe de Caín.



Publicado originalmente en La Tormenta en un Vaso.






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