Una nueva vida




Doctor Moreno. Psiquiatra.
Estrene una nueva vida.
Liposucciones del alma. Liftings de corazón.


El anuncio le había llevado hasta allí. Desde que lo leyó, a media página impar en el periódico del jueves, repetía como un mantra su sorprendente oferta: ¿Desengaños? ¿Decepciones? ¡Extirpe lo que le sobra a la vida!
Y él quería extirpar a  Julia. Borrar su rastro de tal modo que sólo el vacío llenara el amor que hasta entonces ocupaba ella.
Tumbado en la camilla y en la penumbra de la consulta, repasaba las instrucciones del doctor Moreno.
—Piense en la persona que desea olvidar. Concéntrese únicamente en su recuerdo. Evoque cuanto sabe de ella.  Llene la mente con su imagen, repita su nombre… Y déjese llevar.
—¿Dolerá?
—Como una inyección a un niño —el médico se rió de su propia broma.
Estaba a punto de enviar al olvido diez años de su vida. Diez años felices, amargos, alegres, vulgares, domésticos, inesperados… Nada les faltó, ni siquiera el amante con el que Julia amenizaba el trabajo las tardes de oficina.
Cuando le habló de Juan, arrepentida, hurgó en aquel nombre que sabía de él más que él mismo.
—¿Qué años tiene? ¿Es alto? ¿Lleva gafas? ¿Ha leído a Joyce? ¿Habla ruso?
Julia respondía a sus preguntas, sin entender su urgente curiosidad. 
—Él no importa —decía—. Sólo fue un error.
—¿Veranea en el mar?  ¿Qué coche conduce?  ¿Le gusta Serrat?
¿Entendería Julia que necesitaba descubrir a dónde se había llevado Juan el resto de su vida?
La conoció en un karaoke. Romántico no fue, aunque ambos estaban en una despedida de soltero. O precisamente por eso. No echaron en falta los dulces ni los corazones y obviaron el pene de látex que adornaba la cabeza de la novia y las tetas de silicona que colgaban de la camiseta del novio. Pero se rieron tanto que las carcajadas les duraron hasta el amanecer y aún les llegaron hasta el desayuno.  Quizás confundió las agujetas con mariposas volándole en el estómago, pero aquella noche se enamoró sin remedio.
Y sin solución.
El doctor Moreno sujetó su brazo,  dispuesto a inyectarle un concentrado de amnesia al 60%.
—¿Listo para olvidarla? —preguntó.
¿Lo estaba? ¿Quería, en realidad, una nueva vida o sólo recuperar la suya, vieja y desconchada?
­—No —dijo con firmeza—. Estoy listo para olvidarlo.
Y llenó su mente con la imagen de aquel Juan que no hablaba ruso ni llevaba gafas, pero tocaba a la guitarra canciones de Serrat.




#historiasdeamor








Fundida en Negro









El miedo es negro y amargo, como debe serlo el café del infierno, imposible de tragar. Como tus manos cuando sales del tajo, con ese maldito polvo que nunca se va del todo, tatuado bajo tu piel. Como tus ojos, tan negros que cuando bajaba al taller, a tientas de oscuridad, sonreía.

--Camino por tus ojos cada día –te decía entonces, besándote los párpados para que me guardaras dentro.

Pero todo se acabó con el accidente, con las operaciones que me rompieron aún más que aquel costero. Ahora me quedo aquí sentado, viéndote beber aprisa una taza de café, saliendo ya, entera, viva, lista para el primer relevo. ¿Puedes prometerme que regresarás esta noche?

Si miro bien, aún veo tus 20 años, cuando creías que yo era lo mejor que te había pasado y soñabas con una casa, dos niños –la parejita es la ecuación exacta de la felicidad— y un amor sosegado.

Ahora sólo despejo incógnitas que tienden al miedo hasta que regresas, negra de ojos y de carbón. Fundida en negro.

Estabas tan orgullosa de haberlo logrado: Ayudante minera a 600 metros bajo tierra. Se te llenaba la boca de risas y a mí, de 600 espantos.

Y besas al aire desde la puerta. Y te despido sin voz.

--Dime que ya no hay costeros. Que no habrá escape de gas ni explosión que te entierren en el infierno. Júrame que no morirás hoy.


#historiasdeamor

Imagen de La Pensadora, de José Luis Fernández.






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